Colombia consume actualmente 7,2 millones de toneladas de maíz y 2,4 millones de soya (sumado el grano de frijol soya como la torta) para atender sus necesidades de consumo humano y elaborar nueve millones de toneladas de alimento balanceado para animales, que también consumimos los colombianos a través del huevo, el pollo, el cerdo, gran parte de los peces, la leche, la parte final de la ceba y adicionalmente elaborar el alimento para las mascotas; maíz para arepas, snacks, almidones, jarabe de alta maltosa para la cervecería y uno que otro uso industrial.
Para la formación del precio del maíz y de la soya en el mercado interno se tiene en cuenta la cotización base del spot en la Bolsa de Chicago, las bases y fletes internacionales, los gastos portuarios y el flete interno hasta llegar a la puerta de la fábrica o sitio de consumo.
A precios de hoy, esas 7,2 millones de toneladas de maíz en el mercado interno valen $11,5 billones y la soya cuesta $6,5 billones adicionales, con lo cual estos dos granos básicos: el maíz (fuente de calorías) y la soya (fuente de proteína), considerados subsectores de la cadena de agroalimentos, mueven $18 billones al año.
Si hacemos ese mismo ejercicio comparativo con el precio interno de referencia del café, que se calcula de acuerdo con la cotización de cierre del día en la Bolsa de Nueva York y el diferencial o prima del café colombiano, sin adicionar las bonificaciones de cafés especiales, se tiene que 12 millones de sacos equivalentes a seis millones de cargas de café pergamino seco que a precios de hoy ($2,5 millones la carga de 125 kilos) valen $15 billones.
Esas cifras nos indican que necesitaríamos exportar 14 millones de sacos de café, a precios de la actual bonanza, para que siete millones de cargas equiparen lo que mueve y dinamiza económicamente el maíz y la soya en el mercado interno colombiano. Y que éstos últimos, el maíz y la soya sean producidos en el país, en vez de comprarle a terceros países, dinamizando las economías foráneas.
Podríamos argüir que es una situación coyuntural, pero para el caso de este ejercicio tendría que contemplarse, en primer lugar, en cuál de los dos grupos de granos objeto de análisis ha sido más coyuntural el aumento de precios, porque los granos agroalimenticios, a pesar de las volatibilidades del mercado internacional, ya completan dos años de precios altos y todo indica que la demanda de cultivos agroalimenticios de ciclo corto continuará creciendo, acentuada por el cambio climático y el aumento creciente del déficit comercial agroalimentario de los países en desarrollo. En Colombia la cadena agropecuaria en la cual el maíz y la soya participan como materia prima principal, el crecimiento es de 6% anual.
Hasta hace dos años era más atractivo abastecerse de materias primas importadas, que al estar subsidiadas resultaba viable traerlas y a la postre más baratas. Pero, la situación cambió y estos commodities se encarecieron desde el origen (el precio de la soya pasó de US$300 a entre US$550 y US$600 por tonelada; el maíz de US$150 a US$250, subió el petróleo (se mantiene cercano a los US$100 el barril) y por consiguiente el transporte, se congestionaron los puertos y la tasa de cambio se mantiene alta y con tendencia alcista.
Entonces, no es una variable la que coyunturalmente elevó los precios, ni por un escaso lapso de tiempo, inclusive han ido surgiendo otros agravantes como el cambio climático, la pospandemia, el conflicto entre Rusia y Ucrania, la situación geopolítica, entre otros, que hacen cada vez más latente la necesidad de contar con un componente de producción local e involucrarla en sus procesos de transformación agroindustrial.
Lo anterior indica que no es descabellada la idea del nuevo gobierno al priorizar la cadena del maíz como un proyecto nacional y estratégico (Pine) para avanzar como cadena productiva unificada en torno a una propuesta que permita garantizar una oferta alimenticia estable y recuperar esos mercados de la industria avícola, porcícola, láctea y el autoabastecimiento alimenticio que se perdieron en las últimas tres décadas. Para la agroindustria de alimentos balanceados puede resultar indiferente abastecerse de maíz nacional o importado, mantendría su tasa de ganancia, sus empleos y quizás su tasa de crecimiento, pero cada vez es más estratégico conformar sistemas agroalimentarios sólidos, sostenibles e inclusivos para mejorar aún más sus índices de eficiencia y que el país alcance los objetivos de desarrollo de una manera armonizada con el contexto global.
Según el mapa de maíz de Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (Upra), Colombia cuenta con más de 18 millones de hectáreas aptas para siembras de maíz por semestre y tan solo se sembramos cerca de medio millón al año, de las cuales 50% están siendo sembradas en maíz tecnificado y un 50% tradicional.
El tema no acaba con involucrar un millón de hectáreas en nuevas siembras, sino en lo que dinamizan esas nuevas inversiones con la generación de 250.000 empleos rurales (los jornales de cada cuatro hectáreas equivalen a un empleo directo), además que vincularía 2.000 profesionales a la asistencia técnica agrícola y a muchas otras profesiones al campo para trazabilidad, manejo de información, análisis y automatización de procesos e innovaciones tecnológicas; se necesitaría disponer de al menos tres millones más de toneladas de cal, fosfatos o bioabonos; un millón de demanda agregada en toneladas de fertilizantes y en bolsas de semilla; al igual que la demanda en maquinaria, implementos, repuestos, talleres, insumos, combustible, transporte, bodegas, etc., que contribuyen a generar mucho más ingreso y a dinamizar la economía desde lo local, regional y nacional.
Hoy en muchas zonas de Colombia se obtienen rendimientos en maíz que rondan las diez toneladas por hectárea (Valle del Cauca, zona cafetera marginal baja, meseta de Ibagué), en la Altillanura se obtienen rendimientos que superan las siete toneladas por hectárea en maíz y las tres toneladas por hectárea en soya; disponemos de genotipos de maíz híbrido que han demostrado altos rendimientos en nuestras condiciones de producción, donde hacen presencia las mayores empresas semilleras, además de empresas nacionales privadas y de la gremialidad, para aprovechar eficientemente la oferta climática (tres meses de lluvia por semestre), bajo un enfoque de agricultura regenerativa donde coexista la tecnología con lo convencional.
Falta un mayor énfasis en la infraestructura de secamiento, para tener el producto en las condiciones que lo requiere la industria y el consumidor final, romper así la estacionalidad de cosechas y hacer bien dos semestres agrícolas por año. Falta capacitar al personal técnico y mejorar las vías de penetración a las regiones productoras, flexibilizar el crédito para visibilizar los cultivos agroalimenticios como opción competitiva y rentable, que tiene mercado, que tiene precio, tierras aptas, con tecnología y conocimiento de su cultivo, porque lo que ha faltado es voluntad y decisión para reactivar el campo, generar comida, empleo, riqueza y bienestar social.
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