Cruzar Latinoamérica en carro, moto y hasta bicicleta suena como una aventura en la que muy pocos se embarcarían. Son 8.000 kilómetros, dificultades y peligros a los que se enfrentan los expedicionarios. Sin embargo, el protagonista de esta historia, Simón Vergara de 22 años, desafió estas posibilidades y se encaminó por trocha y ni un kilómetro de carretera en un viaje con sus tres mulas, una cámara, elementos para dormir a la intemperie y herramientas para el cuidado de sus acompañantes.
La Cimitarra, el Pluma de Oro y la Antisana son las tres mulas que, junto a Simón, y al estilo de los tiempos de la Colonia, emprendieron un recorrido por Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Argentina. “5 tierras”, tal y como es el nombre de su proyecto, son los territorios que marcan este viaje que inició en enero de este año en Ubaté, Cundinamarca, y pretende finalizar en enero de 2022 en el Festival de Doma y Control en Jesús María Córdoba, Argentina.
Los recorridos diarios que emprenden estos viajeros son, en promedio, de 25 kilómetros o máximo cinco horas con el fin de que todos obtengan el descanso necesario para seguir la travesía, pues los desafiantes caminos le han demostrado a Simón que vale más la pena ir a paso lento, pero seguro.
A las 5:00 a.m. del 9 de enero de 2021, Simón, la Cimitarra y el Pluma de Oro iniciaron el día que venían preparando por tres años. La mula que no lleva carga es la que va abriendo camino y así, turnándose entre ellas, arrancan cada día, sin embargo, en camino al primer destino, el Neusa, Simón no se imaginaba todo lo que este viaje le traería: cruce de ríos, caminos de herradura dañados, propiedades privadas, altitudes peligrosas e incluso caminos retrecheros que no podría cruzar.
Contra todo pronóstico, el viaje inició. La Cimitarra, una mula de 400 kilogramos, con siete años y la más consentida de todas cargó un apero que Simón, en medio del tiempo libre de la cuarentena de 2020, construyó según las necesidades de sus animales, resistente y ergonómico con el lomo para que aguantara el camino, que ha sumado más kilómetros de los esperados ya que varias veces ha tenido que devolverse y tomar atajos por algunas dificultades.
El apero artesanal no es el único que llevan, también cargan dos militares argentinos resistentes y que antes se utilizaban para cargar municiones. La carga se la turna con el Pluma de Oro, un macho criollo colombiano que antes trabajaba en una hacienda ganadera y que pesa cerca de 350 kilogramos; un animal serio y con carácter que aguanta cualquier trocha. Así, es como Simón reparte la carga entre las dos mulas que iniciaron el recorrido y lo acompañaron a atravesar más de 900 kilómetros desde Ubaté hasta Pasto, por municipios como: Neusa, Pacho, Facatativá, Zipacón, Guataquí, Doima, Ibagué, el Valle de Cocora, Salento, Cajamarca, Córdoba, Génova, Caicedonia y Santander de Quilichao.
Para cada uno de estos lugares el arriero tiene una anécdota, pero, en medio de las conversaciones no para de decir: “mis mulas son mi carta de presentación”, y aunque se preguntarán ¿por qué una mula y no un caballo?, Simón endulza sus palabras al decir que la terquedad de estos animales lo protegen por caminos peligrosos y sus pasos lentos le permiten disfrutar el paisaje. Además, no duda en recalcar que son las especies más fuertes al ser la combinación perfecta entre la rusticidad de un burro y la resistencia de un caballo.
La idea inicial de Simón, y las personas que lo apoyan en este viaje, siempre ha sido recorrer el viejo camino Inca Qhapaq Ñan, un tramo muy abandonado que, aunque la Unesco declaró como Patrimonio de la Humanidad, hoy en día y según lo que Simón ha encontrado, tiene mucho por arreglar. De este camino, Colombia solo cuenta con 17 kilómetros al sur del territorio, pero, antes de llevarlos por aquel viejo tramo, hay algunas historias entre grandes ríos como el Magdalena, la Cordillera Central, páramos y grandes valles que vale la pena contar.
Al inicio del viaje y después de pasar por Guataquí, en el alto del Magdalena, Simón, la Cimitarra, el Pluma de Oro y otros caballos de algunos amigos que lo acompañaban, se enfrentaron al gran Río, para el que ya habían entrenado, pero al que aún le tenían mucho respeto. La sorpresa fue que, a diferencia de los caballos, las mulas “casi que arrastraron la canoa en la que iba todo el equipaje, los aperos e implementos”, dijo Simón, mientras que los caballos quedaron atrás, un poco más asustados.
Al dejar el Magdalena, otro desafío fue cruzar el Nevado del Tolima, el Valle del Cocora y caminos montañosos hechos solo para animales con fuerza.
Terminaba enero y la trocha por la Cordillera Central inició y pese a que Simón sabía del temple de su recua, tenía miedo por su reacción ante las bajas temperaturas. Pero allí, confirmó la valentía y el sexto sentido que tienen. Además, este camino fue muestra de la adecuada preparación que tienen para enfrentar el Nevado del Cotopaxi en Ecuador, a 4.300 metros de altura y la próxima parada en la Cordillera Blanca en Ancash, Perú, a 4.900 metros de altura, el paso más alto que se hace a caballo en el mundo.
En el recorrido, saliendo del Valle del Cocora, y entrando a Salento, Simón y sus mulas encontraron calor de hogar en fincas apartadas del ruido de los carros y la contaminación. Así, a lomo de mula continuó el recorrido por el Eje Cafetero, terminando en Génova, e iniciando el Valle del Cauca, en Caicedonia.
Un tramo más sencillo y que no le tomo mucho tiempo para terminar en Santander de Quilichao al sur del Valle del Cauca. Ahí, Simón tuvo que tomar una decisión nada fácil y que todavía, le hubiera gustado que fuera diferente.
Salió a la carretera con sus mulas y por el consejo de muchos amigos, conocidos y hasta de la fuerza pública tuvo que tomar un camión hasta Pasto, pues le advirtieron que el paso por el Cauca no iba a ser nada sencillo, no porque sus mulas no aguantaran, ya habían demostrado su temple, sino por la inseguridad de grupos armados que aún permanecen en la zona, y por lo complicado que podría ser entrar a algunos territorios indígenas. Según Simón, algunas veces se topó con resguardos y campesinos que creían que era un guaquero que quería hacer daño en la zona.
Finalmente, llegó a Pasto y comenzó lo que para él es realmente el viaje, atravesar el camino Inca, el cual en Colombia empieza en Yapuanquer, sigue por Tangua, Puerres, entra al Santuario de las Lajas y termina en Ipiales, en la frontera con Ecuador, donde ocurrió otro de los tropiezos del viaje.
Por fuerza mayor, el domador tuvo que dejar a sus mulas haciendo cuarentena en la frontera y volver a Bogotá a conseguir un permiso que le permitiera pasar, gastos extra en un vuelo de imprevisto cambiaron un poco los planes. Sin embargo, después de 15 días, Simón se reencontró con sus animales y continuó el recorrido.
Siguió por el camino Inca, alrededor de ruinas indígenas, páramos, fincas y hasta se encontró con Ignacio Pérez, un personaje que cruzó el Ecuador de punta a punta con su nieto. Unos pocos kilómetros atrás, Simón encontró la que sería su tercera compañía: La Antisana, una mula de Cayembe, Ecuador, la más joven y de origen desconocido, pero que, al momento, se ha adecuado a las condiciones de este viaje que aún no cumple ni la mitad de lo proyectado.
Aunque van cuatro meses, Simón afirma que no se ha arrepentido en ningún momento del camino, que sus mulas lo motivan y anhela llegar al encuentro gaucho más grande de América Latina, para que sus colegas, como él dice, admiren a estos equinos colombianos y se sumen a seguir recorriendo los paisajes y terrenos agrestes que ofrece la región.
El viaje aún no termina y Simón está por llegar a Perú, un país que lo emociona porque contiene la mayor parte de la historia Inca, aunque también será la más desafiante y en la que espera pasar más de seis meses de recorrido. Este hombre, junto a sus tres mulas tercas, seguirá su camino y aunque a veces debe cambiar la ruta no dará reversa a este sueño a lomo de mula.
Después de recorrer municipios en Cundinamarca, Simón y sus dos primeras mulas atravesaron el Magdalena arrastrando en canoa su equipaje. A diferencia de los caballos, las mulas demostraron ser buenas nadadoras.
Saliendo del alto del Magdalena, el arriero y sus mulas se enfrentaron al Nevado del Tolima, a 4.100 metros de altura entre páramos y temperaturas bajo cero.
En medio del viaje por la Cordillera Central, Simón y la recua encontraron el Valle del Cocora, allí a paso lento, pero seguro disfrutaron del majestuoso paisaje cultural cafetero y su valle lleno de palmas de cera.
El tramo más difícil en casi cuatro meses de recorrido, el Nevado del Cotopaxi, un lugar en el que tuvieron que soportar las temperaturas más bajas, los vientos más fuertes y hasta las granizadas más complicadas.
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