Comentarios Francisco Arias

A la caza de frutales promisorios exóticos

24 de abril de 2019
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Pomarrosas, chachafrutos, mortiños, níspero amarillo y dulumocas son algunas de estas frutas.

Existe un optimismo generalizado por las inversiones productivas y el buen desempeño de las exportaciones de fruta cercana a los US$1057 millones en 2018 según el DANE, destacándose el comportamiento del banano, aguacate, la gulupa, la uchuva, el mango y la piña que vienen creciendo y que hacen soñar a muchos, sobre la posibilidad de comenzar a no depender tanto de las exportaciones minero-energéticas y más de una producción agrícola que va en línea con una amplia realidad rural territorial que aún está por desarrollar.

Las frutas exóticas por las cuales Colombia comienza a tener visibilidad en los mercados internacionales no son tan exóticas para nosotros, se pueden ver comúnmente en los supermercados y tiendas, usualmente, como excedentes de producción que no cumplieron los estándares de exportación y las cuales compiten en las góndolas y exhibidores, con aquellas importadas como las manzanas, peras, uvas y kiwis entre otros.

Por el contrario, existen frutas que podríamos denominar “promisorias exóticas” y son aquellas que son extrañas hasta para nosotros mismos, usualmente se dan en estado silvestre y sobre las cuales hemos escuchado a nuestros padres y abuelos en las historias que contaban, acerca de cuándo eran jóvenes y las consumían habitualmente; pero que difícilmente conseguimos hoy en día, así sea sólo para probarlas.

Si hacemos un breve recorrido por diversas regiones del país encontraremos frutos poco conocidos tales como las chambas de Boyacá; pomarrosas, chachafrutos, mortiños, níspero amarillo y dulumocas en Antioquia y el eje cafetero; uvas caimaronas, copoazus, camú camú, cacay y arazá en los denominados territorios nacionales y amazonia; mangostinos, chirimoyas, cholupas, guamas y carambolas en Tolima. Se podría continuar la lista con los caimitos en Arauca, así como almirajós, ñampis, marañones, mamey, bacaos, chontaduros, árbol de pan y pacós en Chocó; níspero costeño, badeas y corozos en la costa atlántica; maracúas (no es maracuyá), sejes, mamoncillos y grosellas en el Valle del Cauca, entre muchas otras frutas promisorias exóticas distribuidas por todas las regiones de Colombia, que no están mencionadas aquí y de las cuales seguramente no tenemos mayor información y menos
un consumo desarrollado.

Existen esfuerzos a nivel de investigación como el programa Colombia Bio de Colciencias y los esfuerzos de Agrosavia, entre algunas organizaciones; las cuales tratan de identificar e impulsar especies nativas para que, a partir de ellas, se hagan desarrollos que puedan generar encadenamientos productivos de largo plazo y alto valor. Sin embargo, se requieren acciones más contundentes para desarrollar una biodiversidad de la que podemos sacar provecho como nación y en la cual el gobierno, los gremios, productores y comercializadores pueden encontrar nuevas posibilidades de negocio.

Debido a lo anterior es urgente integrar este llamado con lo expresado en el Plan Estratégico de Ciencia y Tecnología para el Sector Agropecuario (PECTIA) en el cual se trabaje en la identificación de especies, la sanidad vegetal, el desarrollo de viveros con este tipo de especies, el desarrollo logístico y de poscosecha, la integración con los transformadores pero
sobre todo la integración con aquellos países desarrollados que estarían interesadas en este tipo de iniciativas que promuevieran la conservación y el desarrollo económico.

En síntesis, un mundo donde lo escaso y novedoso es apetecido, sería interesante hacer desarrollos para que los “frutales promisorios exóticos” tuviesen una importante participación en las exportaciones y que, mediante esta estrategia, muchos de estos frutos pudiesen abandonar la lista de especies amenazadas de Colombia. Esto podría generar sintonía con los
consumidores que buscan nuevas experiencias gastronómicas y que seguramente podrían valorar estas apuestas, sobre todo en el extranjero, dónde podrían considerarse toda una rareza, lo cual traería consigo la oportunidad de explotar una veta llena de posibilidades que aún no se ha hecho.

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