La historia colombiana ha estado marcada por las migraciones. Según la ONU, Colombia es el segundo país del mundo con mayor número de desplazados internos, y aunque en los últimos años, las cifras han disminuido gracias a los Acuerdos de Paz, todavía hay muchos nativos rurales que están migrando a las ciudades en busca de mejores oportunidades.
Sin embargo, últimamente se ha percibido el fenómeno contrario. Neocampesinos, personas tradicionalmente citadinas que se están moviendo al campo en busca de nuevas oportunidades y un estilo de vida saludable y tranquilo, donde no solo puedan ejercer su profesión, sino también tengan posibilidad de desarrollar proyectos productivos.
Según el Dane y el Viceministro de Asuntos Agropecuarios, Juan Pablo Pineda, “aún no hay cifras oficiales sobre las migraciones de citadinos al campo”, por lo que es imposible determinar cuántas personas lo han hecho. Pero si hay una percepción general de los habitantes de las veredas más cercanas a Bogotá y de las alcaldías municipales, sobre la llegada de profesionales de la salud y la educación, entre otros, a trabajar en áreas rurales.
Guillermo Cortés, alcalde de Subachoque, aseguró que “acá no tenemos nada oficial en el tema, pero sabemos que aunque no es muy grande la proporción, hay personas que están vendiendo sus propiedades en Bogotá para venir a adquirir pequeñas parcelas en el área rural del municipio” y que el sector salud es el que más tiene profesionales de afuera trabajando, ya que “los médicos y uno que otro abogado son los que más vienen a vivir a la región”.
El último Censo Nacional Agropecuario demuestra que el nivel de personas profesionales en el campo es demasiado bajo como se ve en el gráfico. Por eso para Pineda desde el Ministerio “necesitamos generar una estrategia para retener personas en el campo, porque mientras unos están llegando por la calidad de vida y las oportunidades, otros se están yendo”.
Pero la diferencia entre los habitantes rurales que se están marchando y las personas que están decidiendo vivir en el campo es la educación que han recibido. Pineda aseguró que “el que está en la ciudad tiene mayor educación y ve más oportunidades que el que está en el campo” por lo tanto, las migraciones se están aumentando porque los profesionales sí ven el renacer del campo.
Aunque para algunos neocampesinos el conflicto armado sigue siendo una preocupación, el posconflicto ha motivado a más personas a vivir en el campo.
Apoyo psicosocial en lugares apartados
Julieta Galeano, es psicóloga de profesión y desde hace un año se fue al Guaviare con un programa llamado Manos a la Paz de las Naciones Unidas, al terminarlo. “No tenía empleo, pero una familia de la región me apoyó y me encantó el territorio”. Para ella esta región tiene mucho potencial en ecoturismo y como le gusta el ambiente rural, a pesar de crecer en Medellín, ahora trabaja con la Fundación Batuta en San José del Guaviare.
Proyectos de arquitectura para el campo
Motivada por una vida de pueblo, sin estrés y en conexión con arquitectura hecha a partir de materiales nobles, la arquitecta y artista plástica, Ángela Jiménez, decidió irse a vivir cerca a Barichara donde tuvo la oportunidad de criar a sus hijos pequeños y hacer proyectos de arquitectura para el campo. “Mis amigas de la ciudad aseguran que en Bogotá los colegios buscan imitar la experiencia que viven los niños en el área rural”, aseguró.
Académicos que buscan enseñar en la ruralidad
Martha Hernández, es socióloga y junto a su esposo, decidió irse a vivir al campo porque asegura que la vida en la ciudad está cada vez más caótica y que termina expulsando a la gente. Como se dedicaban a la docencia en Bogotá, dice “hemos buscado acercarnos a la gente y por eso tenemos actividades educativas con las personas” a pesar del rechazo que experimentan por parte de algunos campesinos.
“Visito a los pacientes de las veredas a lomo de yegua”
Carlos Agámez, fue médico asistencial y consultor durante más de 20 años en Bogotá. Como una motivación personal, profesional y familiar decidió empezar una nueva vida en el campo en el área rural de Chocontá, Cundinamarca. Ahora, fuera de los hospitales y el tráfico de la ciudad, lleva otro estilo de vida y atiende pacientes en las veredas de la zona al lomo de su yegua ‘Pecas’ que hace las veces de ambulancia cuando hay una emergencia.
¿Qué labor desempeñaba como médico en Bogotá?
Yo me gradué en 1986 y trabajé la mayor parte del tiempo en Bogotá. Los últimos 20 años estuve dedicado a la parte asistencial. Esto me significaba desplazarme a diferentes hospitales. En el último en que trabajé, me demoraba en llegar cerca de dos horas, si iba en servicio público, y en carro podía tardar hasta tres o cuatro.
¿Por qué decidió dejar su trabajo para vivir en el campo?
En julio del año pasado tomé la decisión, cuando deje de trabajar en una empresa y no encontraba otra buena opción laboral. Tengo un bagaje que me acredita como auditor senior, pero muchos pensaban que ya sabía mucho. Además, fue un propósito de familia. La rutina y los tiempos de desplazamiento te quitan la tranquilidad y la posibilidad de disfrutar otros momentos.
¿Cómo se dio a conocer con la comunidad de la zona?
Pensé en que no iba a ser fácil empezar algo en lo mío, pero a través de las personas es que se difunde la profesión de uno. Teniendo buen trato y sensibilidad, lo que se ha perdido en la ciudad al atender pacientes.
¿Cómo atiende a sus pacientes?
La gente sabe que si lo necesita puede venir a mi casa, así no tengan los $200.000 que vale la consulta. Pero también visito los pacientes de la vereda a lomo de yegua. Además, el pago no lo es todo. Si necesito abrir una zanja o coger los caballos la gente me ayuda. Hay comunidad y solidaridad. El servicio mutuo no tiene precio.
¿Vive únicamente de su trabajo como médico en la zona?
No, atiendo pacientes en Bogotá de vez en cuando y gracias a esta experiencia, también le hago terapia a los caballos.
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