Quienes promueven las políticas de seguridad alimentarias, orientadas a la planificación para disponer de los alimentos que requiere una sociedad, deberían optar por la preparación de los propietarios de la tierra y los campesinos en general para que la innovación esté al alcance de ellos y no continúe ampliándose la brecha entre los países y regiones que sí saben producir y los que no.
Así lo manifestó Ferley Henao, gerente de T. P. Agro, entidad encargada de la protección y el uso adecuado de los recursos naturales en la producción agrícola o agroindustrial, quien destacó que para que la eficiencia llegue al campo colombiano es necesario mejorar el conocimiento práctico que lleve a los agricultores a mejorar los rendimientos, la calidad, la competitividad y la rentabilidad, para lo cual es necesario cambiar los viejos paradigmas de la producción por los nuevos de la eficiencia.
En ese sentido, para obtener mejores rendimientos y, por tanto, cosechas competitivas no basta con pensar que solo con el cambio de semilla o de insumo ya está todo resuelto. Un aspecto central es el diagnóstico o la caracterización que casi ningún agricultor ejecuta.
Henao resaltó el caso de Chile y Estados Unidos, que en promedio rinden 10 toneladas por hectárea (t/ha) de maíz, mientras que la media en departamentos nacionales como Caldas, por ejemplo, es de 1,1 t/ha (casi 10 veces menos), lo que implica que para cosechar 100 toneladas de maíz, estos dos países solo emplean 10 hectáreas mientras que Caldas las cosecha en casi 100 hectáreas.
Lo anterior tiene un gran impacto en la huella hídrica. En la producción de un kilo de maíz, EE.UU. o Chile destinan en promedio 900 litros de agua, en cambio, Colombia emplea 3.400 litros.
En el caso de cultivos como el tomate, la productividad promedio colombiana es de 37,0 t/ha, de acuerdo con las estadísticas de la Encuesta Nacional Agropecuaria del Dane. EE.UU. y Chile rinden 88,5 y 67,5 t/ha, respectivamente según la FAO. En ese sentido, Colombia, en promedio, emplea 2,6 hectáreas para cosechar 100 toneladas de tomate mientras que EE.UU. solo un poco más de 1 ha y Chile 1,5 ha.
“Sin la información base para saber en qué suelo, con qué agua, en qué clima, con cuáles vientos y precipitaciones vamos a trabajar es una locura sembrar. Esta es la principal causa de los males que afectan nuestro campo: la improvisación, no solamente del agricultor común sino también de las políticas de administración del sector agrícola”, manifestó Henao.
Es clave entonces, la planeación agrícola teniendo en cuenta las zonas agroecológicas y los aspectos concernientes al uso y características del suelo, el análisis de la oferta ambiental, el estudio, selección y certificación de las semillas más adecuadas, los programas de fertilización y el manejo integrado de plagas y enfermedades.
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