La falta de oportunidades y los obstáculos institucionales son dos de las causas por las que los jóvenes rurales en Colombia están abandonando el campo para ir a las ciudades. Se estima que el promedio de edad actual de los trabajadores del campo está entre 50 y 60 años, una cifra preocupante para el futuro de la seguridad alimentaria del país.
Es bueno aclarar que América Latina no es ajeno a este fenómeno. Esto fue revelado por un estudio reciente realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal. Los resultados de la investigación arrojaron que la mayoría de los jóvenes estarían inmersos laboralmente en el sector de servicios, alejándose de actividades como la agricultura y la manufactura.
"Sin políticas públicas específicas para mitigar estos riesgos, las tasas de desempleo e inestabilidad laboral podrían crecer, sobre todo ante el impacto del cambio climático y otros procesos migratorios que intensifican la competencia laboral en zonas urbanas", dijo Matías Figueroa, director del programa Europa de Ayuda en Acción.
El análisis del estudio reveló una “triple trampa” en la que la región de América Latina se ve envuelta y provocaría el estancamiento económico y social en las últimas décadas. Claramente esto repercute en las decisiones de los jóvenes rurales.
El primer aspecto tiene que ver con el bajo crecimiento económico de la región debido a las pocas oportunidades que hay para crear empleos formales y de calidad. Esto evita la dinamización de los mercados y cada vez genera peores condiciones para quienes no gozan de una estabilidad laboral con un salario fijo y prestaciones sociales.
Considerando lo anterior se llega a la segunda “trampa”: la alta desigualdad. El hecho de que Latinoamérica sea el territorio más desigual del mundo implica que no se cumplen algunos derechos como el acceso a una educación de calidad, “perpetuando círculos de pobreza y exclusión”.
Por último, la baja capacidad de las instituciones sería un factor esencial para el deterioro del bienestar de las personas pobres y que viven en el campo. Esto se complementa con la poca implementación de nuevas políticas que tengan la iniciativa de mitigar los impactos en la juventud.
“La combinación de estos factores impone grandes limitaciones para el desarrollo social y económico de la región, afectando de forma desproporcionada a la juventud”, dijo Mariana Huepe, líder de la investigación.
¿Irse del campo realmente es la solución?
Además de mostrar los factores que agravan la situación para los jóvenes. El estudio se encargó de revelar cifras que podrían indicar que a los jóvenes del campo no les espera el mundo de oportunidades que desean encontrar. Los datos encontraron que, en 2022, más de 37% de las personas ocupadas (entre 15 y 29 años) reciben ingresos laborales menores a los salarios mínimos de cada país.
Esto quiere decir que, aunque abandonen sus tierras, es bastante complejo que los jóvenes campesinos tengan un mejor futuro en la urbanidad.
La falta de educación es otro de los factores que incide en la complejidad para que los jóvenes puedan hallar una estabilidad laboral en sus respectivos países. El estudio afirmó con contundencia que “ningún país ha logrado universalizar la finalización de la secundaria”. Esto solo aporta a que haya más desigualdad socioeconómica.
Con miras a 2030
La investigación reveló el panorama que puede tener la juventud en seis años. Sobre el análisis a los países latinoamericanos, se encontró que 1,2 millones de jóvenes dejarían la actividad agrícola y 640.000 la manufactura con el fin de entrar al sector de los servicios. Estas son cifras preocupantes, ya que, el panorama es complejo si se tiene en cuenta la oferta de trabajos formales y la demanda de los mismos.
“La calidad del trabajo en el sector servicios está sujeta a la disponibilidad de puestos laborales en este sector económico. Si la demanda de trabajo no aumenta a la misma velocidad que la oferta de trabajadores, podrían existir presiones al alza en la tasa de desocupación e informalidad juvenil”, complementó Figueroa.
Finalmente, el estudio brindó algunas conclusiones para que los jóvenes sean tenidos en cuenta, tanto para el sector agrícola como el manufacturero y puedan desarrollarse con expectativas en estos campos.
Las recomendaciones de políticas públicas fueron las siguientes: incluir a las juventudes en el diseño de políticas, fomentar economías más productivas y medioambientalmente sostenibles, fomentar la creación de empleos de calidad para jóvenes y garantizar el acceso a una educación de calidad.
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